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Cuando Zaragoza tuvo su propia Torre de Pisa: ¿Cómo era la Torre Nueva y cómo se recuerda?

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La Torre Nueva de Zaragoza se convirtió en el edificio más alto de la ciudad durante siglos, superando los 80 metros a inicios del siglo XV

Los archivos históricos de Zaragoza nos permiten conocer detalles como la rapidez con la que se levantó esta edificio; tan solo hicieron falta 15 meses

Texto e imágenes de Armando Cerra

Nos acercamos a la plaza San Felipe para hablar de un monumento que ya no se conserva en pie. ¡Ninguno de vosotros habéis visto en persona! Pero eso no impide que esté presente en el callejero zaragozano e incremente el encanto del casco viejo. Nos referimos a la Torre Nueva, derribada en 1892. Pero no comencemos por el final y remontémonos a sus orígenes

Era el año 1504, y Zaragoza era clave dentro del Reino de Aragón y de la Corona. De modo que las personas más relevantes de la época demandaban un reloj y unas campanas que dieran un horario oficial y guiaran la vida capitalina. Así que promovieron levantar una torre, para lo que pidieron el necesario permiso del rey, que por entonces no era otro que Fernando el Católico.

Lógicamente el monarca dio su beneplácito, de manera que el consejo ciudadano adjudicó las obras y aquel proceso administrativo está registrado en los archivos históricos. Por ejemplo, sabemos quién integraba el equipo de maestros de obras y cuánto cobraron por ello. E incluso se sabe la sorprendente rapidez con la que desarrollaron su faena.

En solo 15 meses ya habían culminado la que desde entonces sería la Torre Nueva de Zaragoza, el edificio maño más alto durante siglos. ¡Superaba los 80 metros de altura! ¡Increíble para inicios del siglo XV! Un monstruo en el skyline medieval de Zaragoza y que, desde luego, cumplía con su misión de hacer visible el reloj, mientras que sus campanas se oían en cualquier rincón de la ciudad y de sus alrededores.

Aquella torre dejó boquiabiertos a propios y extraños. Tanto por su inusitada altura, como por su belleza. De hecho, mucho tiempo después se seguía escribiendo que la Torre Nueva de Zaragoza era una de las construcciones mudéjares más hermosas de España. Se trataba de una torre de cuatro cuerpos, teniendo el más bajo la forma de estrella con 16 puntas y los otros tres cuerpos con un perfil octogonal. Mientras que el tejado recreaba ocho pirámides rematadas por esferas de piedra.

A esas dimensiones y esbeltez habría que sumar la ornamentación a base de ladrillos y cerámicas. Es decir la habitual decoración mudéjar que por fortuna todavía se conserva en otras torres históricas como en la iglesia de San Pablo o en la Magdalena.

Como decimos, era deslumbrante. Pero pronto llegaron los problemas. Primero hubo que cambiar una campana por resultar defectuosa. Y después se comprobó que la Torre Nueva se inclinaba. Y se inclinaba mucho. Eso provocó que se reforzara su base, haciéndola octogonal. Y bastante después también la parte más alta se sustituyó por elementos más ligeros.

¿Por qué comenzó a inclinarse la Torre Nueva? La explicación hay que buscarla en la rápida construcción. Arquitectos de épocas posteriores, comprobaron que los cimientos para tal estructura nunca a fraguaron como debían. Pero aún así, la Torre Nueva, tras alcanzar su punto de equilibrio, ya se mantuvo así y la inclinación no fue a más.

Lo podemos comparar con otras muchas torres, como la de Pisa. Pero también en Zaragoza hay ejemplos: San Juan de los Panetes. Cada una tiene un motivo para su inclinación, pero es evidente que se mantienen erguidas. Lo mismo ocurrió con la Torre Nueva durante casi cuatro siglos. Se cambió varias veces su reloj, o se modificó el remate superior, o se convirtió en el mejor puesto de vigilancia posible, resistiendo incluso bombardeos como los que sufrió en los Sitios. Y ni siquiera así se vino abajo.

Pese a su indudable resistencia, su inclinación y su altura siempre fueron una sombra amenazante. Durante los siglos XVIII y el XIX se le hicieron diversos estudios técnicos. Y la mayoría dictaminó su estabilidad. Aunque también los hubo que argumentaron lo contrario. Y finalmente ese fue el criterio que prevaleció. Mientras la ciudad se dividía entre los que estaban a favor de su derribo y los que no.

Hubo firmas pidiendo su conservación, y muchas llegadas de fuera de Zaragoza, donde se valoraba enormemente la belleza y el valor patrimonial de la Torre Nueva. Pero aún así, en 1892 se decidió derribarla en el llamado pleno municipal del “turricidio”.

Al igual que ocurre con su construcción, también se registró el proceso administrativo que rodeó su destrucción. Hasta se sabe que se levantó un andamio varios días para que los vecinos pudieran despedirse de la Torre Nueva (algo bastante temerario si tanto miedo se tenía a su caída). Y no solo eso, también se vendieron sus ladrillos a modo de recuerdo.

El lugar más alto de Zaragoza durante siglos desapareció en pocos días. Pero nunca ha terminado de irse. ¡Pocos monumentos desaparecidos se recuerdan tanto como la Torre Nueva! E incluso todavía hoy, en siglo XXI, vemos sus huellas en la plaza San Felipe.

Para empezar en el embaldosado de la plaza se distingue un octógono enfrente del Torreón Fortea y bajo la animada terraza del pub Planta Calle. Pues bien, ese octógono marca el emplazamiento de la Torre Nueva. Y también indica donde se recreó hace unos años un fallido memorial de ladrillo.

De aquel memorial solo queda una evocadora escultura de bronce moldeada por Santiago Gimeno Llop. Es un joven sentado en el suelo y mirando hacia el lugar donde estuvo la torre. Por cierto, casi la puede ver, aunque sea solo pintada en el mural que hay en el cruce entre la plaza y las calles del Temple y Torre Nueva. Un mural pintado por Vicente Gómez Arbiol y Fabiola Gil Alarés, que ya forma parte de la imagen de dos locales de comida bien distintos: la Creperie Flor y el Rincón de Hanoi.

Pero todavía hay más recuerdos de la Torre Nueva. Se encuentran en el interior de Montal. Ahí durante mucho tiempo la familia recopiló un sinfín de objetos y documentos relacionados con la torre y ahora se los enseñan a sus clientes en un singular espacio museístico.

En definitiva, que cuando paseéis por el centro, acercaros hasta la plaza San Felipe. Un lugar de lo más animado con locales como los que hemos nombrado o como la terraza de Doña Hipólita. Por no hablar del Museo Pablo Gargallo o las exposiciones del Torreón Fortea.  Además está la vecina iglesia de San Felipe y su atractiva fachada barroca. Una plaza que por tener, hasta tiene un monumento que solo existe en la memoria: la Torre Nueva.

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