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¿Cómo ha sido la historia de la Ofrenda de Flores desde sus inicios?

La historia de la Ofrenda de Flores comienza en el siglo XIX por pura devoción, cuando los zaragozanos ofrecían flores a la Virgen de forma espontánea

Texto: Armando Cerra – Imágenes: Ayuntamiento de Zaragoza

Tal vez podrías pensar que la Ofrenda de Flores ha existido siempre. Pues no. Ni siquiera el día del Pilar ha estado siempre marcado en rojo en los calendarios. De hecho, no fue hasta 1723 cuando se empezó a celebrar el día 12 de octubre como la Festividad de Nuestra Señora del Pilar, convirtiéndola en patrona del país. Tal y como os hemos contado en alguno otro post, para entonces ni siquiera la Basílica tenía el aspecto actual y no existía la Santa Capilla de Pilar que hoy conocemos. Fue unas cuantas décadas más tarde cuando se construyó, y también se acabó creando el Camarín de la Virgen. Es precisamente ahí donde tenemos que buscar uno de los orígenes de la Ofrenda de Flores.

A lo largo del siglo XIX, la devoción de algunos zaragozanos les hizo ofrecer flores de modo espontáneo en dos fechas concretas. Por supuesto, el 12 de octubre, pero también el 2 de enero, fecha del lejano año 40 en la que, según la tradición, la Virgen vino a Zaragoza. El caso es que, en esas dos jornadas ante el Camarín, se fueron depositando flores por los fieles. Y esa costumbre cada vez fue creciendo.

Creció tanto con los años que el Ayuntamiento decidió intervenir y crear un acto popular en el exterior del templo. Así que, durante el mandato del alcalde Luis Gómez Laguna, se promovió una ofrenda floral. Para ser justos, hay que decir que no se trataba de una idea 100% original, ya que se tomó como modelo un acto tradicional que se lleva a cabo en Valencia en honor de la Virgen de los Desamparados.

Aquella idea se adaptó para Zaragoza en el año 1958, con un acto muy simple. Se sacó la imagen de la Virgen frente a la fachada de la basílica y fue el propio consistorio quien sufragó la compra de claveles para que, durante dos horas, unas dos mil personas se la ofrecieran a la Pilarica. Hay que darse cuenta de las cifras: ¡Un par de horas de duración, 2.000 oferentes y unos cuantos de miles de claveles!

Una minucia, pero el éxito fue total. De hecho, al año siguiente crecieron los números y para 1960 (solo dos “Pilares” después) ya se calificaba como acto tradicional por parte de los medios, las autoridades y la población. Y esto no había hecho más que empezar. Tanto que al principio ni siquiera estaba el relieve marmóreo del centro de la fachada que haría Pablo Serrano. Una obra de arte magnífica que se transformó en el mejor telón de fondo del pedestal sobre el que se sacaba a la escultura de la Virgen y el manto floral que confeccionaban los fieles. Eso sí, ya pagando los ramos de su bolsillo.

Ese desembolso no fue impedimento para que cada vez llegaran más, cada vez se necesitara más organización y se fuese quedando incluso pequeño el montaje para tal aluvión de oferentes. Más aún, cuando se incorporó el añadido del día 13 de octubre de la Ofrenda de Frutos por parte de las distintas casas regionales. En definitiva, que paulatinamente se fue generando el debate de modificar un acto que ya se había convertido en el evento central de las Fiestas del Pilar.

La solución no era sencilla ni por sus condicionantes técnicos ni por los vínculos con la tradición y las creencias que a veces cuesta mucho romper. O sea, que se necesitaba mucho talento e imaginación para hacer una propuesta viable. Y por fortuna, surgió el proyecto del catalán Bigas Luna, muy relacionado afectiva y profesionalmente con Aragón.

En 1998 se materializó la propuesta del genial y poliédrico creador. Fue él quien propuso alejar la Virgen de la fachada de la basílica y llevarla al centro de la plaza. Y no solo eso, elevarla sobre una amplia pirámide que sirva para realizar su manto de flores y la haga visible en toda la amplitud de la plaza de las Catedrales.

Fue una propuesta arriesgada, pero el exitoso resultado ya lo conocemos todos. Tanto que hasta se tuvo que crear un piso más en la pirámide estructural para añadir más flores. Al fin y al cabo, las cifras son abrumadoras, tanto de participación como de duración, en una jornada maratoniana en la que no dejan de desfilar baturros y joteros por los calles del recorrido hasta llegar a la plaza.

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