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Castillo de Valderrobres: un imprescindible para cualquier visita por la comarca del Matarraña

El Castillo de Valderrobres es una de las joyas de Aragón

El Castillo de Valderrobres y la vecina iglesia de Santa María la Mayor suponen uno de los mejores y más preciosos conjuntos de arte gótico de la provincia de Teruel y de toda la comunidad autónoma de Aragón

Texto: Armando Cerra – Imágenes: Ayuntamiento de Valderrobres

Un destino que debéis apuntar para vuestros planes de escapada para esta primavera recién comenzada. Hoy nos vamos a detener con más detalles en el Castillo de Valderrobres, que tras la última restauración efectuada el año pasado, luce realmente esplendoroso.

Conforme el turista se acerca a Valderrobres es imposible que la vista no se dirija desde la lejanía hacia su apiñado casco histórico. Es un conjunto de casas adaptadas a la pendiente sobre la que se asienta la población, que a su vez tiene en su base las aguas del río que da nombre a la comarca del Matarraña.

Pero de entre toda esa maraña de viejas fachadas y tejados surge en la parte más alta el volumen inconfundible del Castillo de Valderrobres. Y entonces ya es irremediable acercarse hasta esta joya del patrimonio de Teruel. El monumento lo podemos visitar cruzando el río por el puente de la carretera y subiendo con nuestro coche hasta el aparcamiento que hay cerca de la vieja fortaleza. O bien se puede dejar el vehículo antes de cruzar el Matarraña y recorrer caminando todo el pueblo antiguo. Una auténtica delicia de caminata.

Además, hay que tener en cuenta que, para acceder al castillo, hay que sacar el ticket correspondiente, el cual se compra en el museo vecino a la iglesia de Santa María la Mayor. Por cierto, la entrada incluye el recorrido íntegro de castillo, iglesia y museo.

Los orígenes de la fortaleza se remontan al siglo XII, cuando se reconquistó Valderrobres a los musulmanes. Si bien alcanzó su imponente aspecto actual centurias después, entre los siglos XIV y XVI, cuando la Corona de Aragón ya tenía un relevante poder en el este de la Península Ibérica.

Esa idea de poder se siente desde el primer vistazo a su rotunda fachada. Está construida con grandes bloques o sillares de piedra perfectamente escuadrada y trabajada. Una fachada robusta que se abre con elegantes ventanales en el piso noble, una galería de arcos arriba y unas amenazantes almenas en la parte superior.

Todo parece digno de reyes, ¿no? Sin embargo, esta no fue una fortaleza real. Y si bien ocasionalmente pudieron residir aquí, la verdad es que este castillo tan palaciego estuvo ligado a los obispos y arzobispos de Zaragoza.

Desde su conquista en el 1175, el rey Alfonso II donó Valderrobres al obispo Pedro Torroja. Y a partir de ahí, los diferentes prelados de la diócesis zaragozana ocuparon y ampliaron el lugar. La historia del castillo está trufada por nombres de insignes obispos y arzobispos como Pedro López de Luna, García Fernández de Heredia, Dalmau de Mur o Hernando de Aragón, el último que realizó importantes remodelaciones en el castillo. Algo nada raro, ya que Hernando de Aragón fue un gran mecenas ligado a varias joyas zaragozanas como la Seo o la Lonja.

No obstante, a mediados del siglo XVI, el castillo de Valderrobres entró en una fase de progresiva decadencia. La cual alcanzó su cénit al llegar las desamortizaciones que se hicieron a la iglesia durante el siglo XIX. Fue entonces cuando la fortaleza dejó de pertenecer al arzobispado y pasó a manos del Estado. Aunque aquello de momento no supuso ningún cambio de tendencia. Prosiguió su abandono y ruina.

El rumbo no varió hasta los años 80 del pasado siglo, cuando se hizo una importante restauración. La cual ha tenido una segunda fase en 2021. Así que estamos de enhorabuena porque quien haya visitado hace tiempo el Castillo de Valderrobres, ahora se encontrará una construcción mucho más magnífica.

El recorrido en la actualidad es espectacular y muy sugerente, ya que es fácil imaginarse cómo era la vida en este grandioso monumento. Hay espacios especialmente evocadores como la mazmorra donde se encerraba a los clérigos, o la vecina bodega que tendría enorme toneles del vino, similares a los que se han replicado en el montaje actual.

También en la planta baja se aprecia el gran volumen de las caballerizas con las que contaba la fortaleza. Por cierto, aquí se han colocado unas maquetas de cómo pudo ser el monumento en su época de mayor apogeo.

Luego unas escaleras nos conducen a la primera planta, donde están las cocinas, las despensas, varias estancias, así como un primitivo “cuarto de baño” y la sala capitular. Desde ahí precisamente sube una nueva escalera hacia las salas más nobles y más grandes.

Por ejemplo, el Salón de las Chimeneas, donde ahora cuelgan copias de grandes obras de artistas españoles. También hay que mencionar el Salón Sur o la protocolaria Sala de los Leones. Y por supuesto la Sala Dorada, que era la habitación personal del arzobispo.

Y no acaba aquí. Todavía se puede subir más a lugares donde se ha intervenido fuertemente en la última restauración como la olivanera, donde se guardaba el aceite de la época, el antecedente del actual aceite de oliva con denominación Bajo Aragón. Al igual que se pueden visitar las almenas superiores y tener allí plena consciencia de la grandiosidad de este magnífico monumento. ¡Un imprescindible para cualquier visita por la comarca del Matarraña!

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