Situado al final de la avenida Miguel Servet, se levanta el Palacio Larrinaga una joya arquitectónica de principios de siglo XX que nos cuenta una historia de amor
Texto: Armando Cerra – Imagen principal: Fundación Ibercaja
El barrio de Montemolín de Zaragoza, a caballo de los distritos de San José y Las Fuentes, acumula un destacado patrimonio arquitectónico. Hoy vamos a hablar del Palacio Larrinaga, pero existen otros enclaves dignos de conocerse durante un agradable paseo. Por ahí se encuentra el Antiguo Matadero del célebre arquitecto Ricardo Magdalena, también está lo que queda de la antigua Estación de Ferrocarril de Utrillas, e igualmente se conserva la finca de recreo que se hicieron construir en los años 30 los marqueses de Osera, o lo que es lo mismo: Torre Luna.
Un curioso conjunto que nos traslada a la Zaragoza en pleno desarrollo de finales del siglo XIX y comienzos del XX, y en el que posiblemente lo más llamativo sea el Palacio Larrinaga ubicado en la calle Miguel Servet, número 123.
Tal vez alguno de nuestros lectores haya recibido clases ahí siendo un niño, ya que durante mucho tiempo fue una residencia estudiantil. Así como alguno habrá acudido ahí para celebrar el banquete de algún evento social o boda, un uso que tiene desde hace años. Del mismo modo que quizás haya lectores que lo hayan recorrido aprovechando las visitas guiadas que hasta hace un tiempo se realizaban por su interior, y que en la actualidad se han cancelado temporalmente.
De manera que mientras se vuelve a reabrir este servicio por parte de la Fundación Ibercaja, actual propietaria del inmueble, nosotros vamos a contar algo sobre este curioso castillo palaciego o palacio fortificado cuya construcción se acabó hacia 1908. Si bien para comprender su origen hay que remontarse unos cuantos años atrás.
El joven vasco Miguel Larrinaga, perteneciente a una rica familia de navieros, llegó a Zaragoza para emprender sus estudios de derecho, ya que estaba destinado a heredar la empresa marítima familiar. Pero en la capital maña, cuando todavía no había cumplido la mayoría de edad, conoció a Asunción Clavero. Se dice que la vio por primera vez en la Basílica del Pilar, y quedó deslumbrado por aquella muchacha. Pudo ser en el Pilar o no, pero el caso es que la pareja se enamoraron perdidamente y ya nunca se separaron.
Pero en cambio sí que se tuvieron que alejar de Zaragoza, ya que los negocios de los Larrinaga pronto trasladaron al matrimonio a Liverpool, ciudad donde pasaron casi toda su vida. Sin embargo, Asunción no dejaba de recordarle a su esposo sus raíces aragonesas y lo mucho que añoraba la ciudad donde se habían conocido.
Así que Miguel Larrinaga decidió hacerle un regalo. Construir un palacete en Zaragoza para refugiarse ahí durante la jubilación. Para ello se trasladó aquí en 1900 y compró un solar a las afueras, en la salida hacia el Bajo Aragón, precisamente el lugar de origen de Asunción, nacida en Albalate del Arzobispo.
Y tras adquirir el terreno, buscó un arquitecto a la altura de un proyecto tan personal. Así que se lo encargó a Félix Navarro, cuyo nombre también firma otras joyas de la época como el Mercado Central o el Monumento al Justicia de la Plaza Aragón.
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Sin duda, Navarro por el carácter ecléctico de su arte era el arquitecto más apropiado para este proyecto, al cual aportaron muchos elementos el matrimonio Larrinaga-Cavero. Tenía que ser una residencia portentosa, pero también cómoda y con diferentes adornos que recordara los orígenes de ellos. De ahí por ejemplo que se recurra a un sinfín de ornamentos de temática marinera, como barcas, velas o anclas. Mientras que los materiales a emplear son los típicos en Aragón, es decir ladrillo, cerámica y diferentes tipos de piedra, entre ellas la de Calatorao.
Aquella construcción se había de llamar Villa Asunción, y debía haber mil y un detalles que plasmaran el amor de la pareja. De hecho, se llegaron a proyectar unos canales de agua en la zona de los jardines, para evocar así una escapada romántica que habían hecho a Venecia. Si bien, no se pudieron materializar finalmente por cuestiones técnicas, que no presupuestarias. El dinero nunca fue un problema en esta construcción.
Cuando por fin se concluyó, la pareja todavía no podía regresar de Inglaterra, pero se encargaron de amueblarla y visitarla de vez en cuando. Todo para que estuviera en perfectas condiciones para la esperada vuelta a casa.
Sin embargo, cuando llegó el momento, el estallido de la Guerra Civil impidió el retorno. E incluso la propiedad fue ocupada por las tropas italianas. Y por si fuera poco, en 1939, Asunción Clavero falleció. Miguel Larrinaga quedó completamente abatido, y decidió que no tenía sentido vivir en esa casona sin su amada. Nunca residió aquí. Todo lo contrario, decidió vender su propiedad.
En 1946 la adquirió la fábrica de ascensores Giesa, que establecieron aquí sus oficinas y levantaron sus talleres en la finca anexa. Sería después cuando la propiedad la adquirieron los marianistas, hasta que en 1993 la compró Ibercaja, sus actuales propietarios, que esperemos que pronto puedan volver a poner en marcha su programa de visitas guiadas al Palacio Larrinaga.
Imagen principal: Fundación Ibercaja
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